sábado, 4 de octubre de 2008

Felisberto Hernández (Montevideo 1902-1964)

Explicación falsa de mis cuentos

Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos. No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podrá tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento: sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada.

Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda.

Felisberto Hernández, 1955 - www.felisberto.org.uy

domingo, 28 de septiembre de 2008

Una bromita, de A. Chéjov

Un claro mediodía de invierno... El frío es intenso, el hielo cruje, y a Nádeñka, que me tiene agarrado del brazo, la plateada escarcha le cubre los bucles en las sienes y el vello encima del labio superior. Estamos sobre una alta colina. Desde nuestros pies hasta el llano se extiende una pendiente, en la cual el sol se mira como en un espejo. A nuestro lado está un pequeño trineo, revestido con un llamativo paño rojo.

—Deslicémonos hasta abajo, Nadezhda Petrovna —le suplico—. ¡Siquiera una sola vez! Le aseguro que llegaremos sanos y salvos.

Pero Nádeñka tiene miedo. El espacio desde sus pequeñas galochas hasta el pie de la helada colina le parece un inmenso abismo, profundo y aterrador. Ya sólo al proponerle yo que se siente en el trineo o por mirar hacia abajo se le corta el aliento y está a punto de desmayarse; ¡qué no sucederá entonces cuando ella se arriesgue a lanzarse al abismo! Se morirá, perderá la razón.

—¡Le ruego! —le digo—. ¡No hay que tener miedo! ¡Comprenda, de una vez, que es una falta de valor, una simple cobardía!

Nádeñka cede al fin, y advierto por su cara que lo hace arriesgando su vida. La acomodo en el trineo, pálida y temblorosa; la rodeo con un brazo y nos precipitamos al abismo. El trineo vuela como una bala. El aire hendido nos golpea en la cara, brama, silba en los oídos, nos sacude y pellizca furibundo, quiere arrancar nuestras cabezas. La presión del viento torna difícil la respiración. Parece que el mismo diablo nos estrecha entre sus garras y, afilando, nos arrastra al infierno. Los objetos que nos rodean se funden en una solo franja large que corre vertiginosamente... Un instante más y llegará nuestro fin.

—¡La amo, Nadia!—digo a media voz.

El trineo comienza a correr más despacio, el bramido del viento y el chirriar de los patines ya no son tan terribles, la respiración no se corta más y, por fin, estamos abajo. Nádeñka llegó más muerta que viva. Está pálida y apenas respira... La ayudo a levantarse.

—iPor nada del mundo haría otro viaje! —dice mirándome con ojos muy abiertos y llenos de horror—. ¡Por nada del mundo! ¡Casi me muero!

Al cabo de un rato vuelve en sí y me dirige miradas inquisitivas ¿fui yo quien dijo aquellas tres palabras o simplemente le pareció oírlas en el silbido del remolino? Yo fumo a su lado y examino mi guante con atención.

Me toma del brazo y comenzamos un largo paseo cerca de la colina. El misterio por lo visto no la deja en paz. ¿Fueron dichas aquellas palabras o no? ¿Sí o no? Es una cuestión de amor propio, de honor, de vida, de dicha; una cuestión muy importante, la más importante en el mundo. Nadeñka vuelve a dirigirme su mirada impaciente, triste, penetrante, y contesta fuera de propósito, esperando que yo diga algo. ¡Oh, qué juego de matices hay en este rostro simpático! Veo que está luchando consigo misma, que tiene necesidad de decir algo, de preguntar, pero no encuentra las palabras, se siente cohibida, atemorizada, confundida par la alegria...

—¿Sabes una cosa? -—dice sin mirarme.
—¿Qué?—!e pregunto.
—Hagamos... otro viajecito.

Subimos por la escalera. Vuelvo a acomodar a la temblorosa y pálida Nádeñka en el trineo
y de nuevo nos lanzamos en el terrible abismo; de nuevo brama el viento y zumban los patines; y de nuevo, al alcanzar el trineo su impulso más fuerte y ruidoso, digo a media voz:

—¡La amo, Nadia!

Cuando el trineo se detiene, Nádeñka contempla la colina por la que acabamos de descender; luego clava su mirada en mi cara, escucha mi voz, indiferente y desapasionada, y toda su pequeña figura, junto con su manguito y su capucha, expresa un extremo desconcierto. Y su cara refleja una serie de preguntas: “¿Cómo es eso? ¿Quién ha pronunciado aquellas palabras? ¿Ha sido él o me ha parecido oírlas y nada más?".

La incertidumbre la tornaba inquieta, la pone nerviosa. La pobre muchacha no contesta mis preguntas, frunce el ceño, está a punto de llorar.

¿Será hora de irnos a casa? —le pregunto.
—A mi... a mi me gustan estos viajes en trineo —dice, ruborizándose—. ¿Haremos uno más?

Le "gustan" estos viajes, pero al sentarse en el trineo, palidece igual que antes, tiembla y contiene el aliento.
Descendemos par tercera vez, y noto cómo está observando mi cara y mis labios. Pero yo me cubro la boca con un pañuelo, y toso y al llegar a la mitad de la colina alcanzo a musitar:

—¡La amo, Nadia!

Y el misterio sigue siendo misterio. Nádeñka guarda silencio, piensa en algo... Nos retiramos
de la pista y ella trata de aminorar la marcha, esperando siempre que yo diga aquellas palabras. Veo cómo sufre su corazón y cómo ella se esfuerza para no decir en voz alta: "¡No puede ser que las haya dicho el viento! ¡Y no quiero que haya sido el viento!".

A la mañana siguiente recibo una esquela: "Si usted va hay a la pista de patinaje, venga a buscarme. N." Y a partir de ese dia voy con Nádeñka'a la pista todos los dias y, al precipitarnos hacia abajo en el trineo, coda vez pronuncio a media voz siempre las mismos palabras:

—¡La amo, Nadia!

En poco tiempo, Nádeñka se habitúa a esta frase, como uno se habítúa al vino o a la morfina. Ya no puede vivir sin ella. Es verdad que siempre le da miedo deslizarse par la colina helada,
pero ahora el miedo y el peligro otorgan un encanto especial a las palabras de amor, palabras que constituyen un misterio y oprimen ducemente el corazón. Los sospechosos son siempre dos: el viento y yo... Ella no sabe quién de los dos le declara su amor, pero ello, por lo visto, ya la tiene sin cuidado; poco importa el recipiente del cual uno bebe, lo esencial es sentirse embriagado.

Una vez, al mediodia, fui solo a la pista: mezclado con la multitud, vi a Nádeñka acercarse a la
colina y buscarme con los ojos... Timidamente sube a la escalera... Le da mucho miedo viajar sola, ¡oh, qué miedo! Está blanca como la nieve y tiembla como si se dirigiera a su propia ejecución. Pero va decidida, sin mirar para atrás.

Por lo visto, ha decidido probar, al fin: ¿Se oyen aquellas sorprendentes y dulces palabras cuando yo no estoy? La veo colocarse en el trineo, pálida, con la boca abierta por el miedo, cerrar los ojos y emprender la marcha, después de despedirse para siempre de la tierra. "Zsh-zsh-zsh-zsh"... Zumban lo s patines. Si Nádeñka está oyendo aquellas palabras o no, no lo sé... La veo levantarse del trineo exhausta, débil. Y se ve por su cara que ella misma no sabe si ha oido algo o no.
Mientras estuvo deslizándose hacia abajo, el miedo le quitó la capacidad de escuchar, de distinguir sonidos, de entender...

Y he aqui que llega el primaveral mes de marzo... El sol se torna más cariñoso. Nuestra montaña de hielo se oscurece, pierde su brillo y por fin se derrite. Nuestros viajes en trineo se interrumpen. La pobre Nádeñta ya no tiene dónde escuchar aquellas palabras y además no hay quien las pronuncie, puesto que el viento se ha aquietado y yo estoy por irme a Petersburgo, par mucho tiempo, quizá para siempre.

Unos dias antes de mi partida al anochecer, estoy sentado en el jardín. Este jardin está separado de la casa de Nádeñka por una alta palizada con clavos... Aún hace bastante frio, en los rincones del patio exterior hay nieve todavía, los árboles parecen muertos; pero ya huele a primavera y los grajos, acomodándose para dormir desatan su último vocerío de la jornada. Me acerco a la empalizada y durante largo rato miro por una hendidura. Veo a Nádeñka salir al patio y alzar su triste acongojada mirada al cielo... El viento de primavera sopla directamente en su pálido y sombrio rostro... Le hace recordar aquel otro viento que bramaba en la colina dejando oír aquellas tres palabras, y su cara se pone triste, muy triste, y una lágrima se desliza par su mejilla. La pobre muchacha extiende ambos brazos como suplicando al viento le traiga una vez más aquellas palabras. Y yo, al llegar una ráfaga de viento, digo a media voz:

—¡La amo, Nadia!

¡Por Dios, hay que ver lo que sucede con Nádeñka! Deja escapar un grito y con amplia sonrisa
tiende sus brazos hacia el viento, alegre, feliz, tan bella.
Y yo me voy a hacer las maletas...

Esto sucedió hace tiempo. Ahora Nádeñka está casada con el secretario de una institución tutelar y tiene ya tres hijos. Pero nuestros viajes en trineo y las palabras "La amo, Nadia", que le llevaba el viento, no están olvidadas, para ella son el recuerdo más feliz más conmovedor y más bello de su vida...
Mientras que yo, ahora que tengo más edad, ya no comprendo para qué decía aquellas palabras. Para qué hacía aquella broma...

lunes, 4 de agosto de 2008

El libro de los animales

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i.

una mariposa aletea
entre sus primas hermanas
las flores silvestres
con los colores se hablan


ii.

los osos invernan
una serpiente se enrosca
un lobo aúlla
y las palomas gorjean

las lechuzas ululan
cuando un tigre maúlla
y un gusano que hila,
en su hilo se enrolla

por encima de todos
entre silencio y murmullos
los árboles sabios
hojean y hojan

viernes, 22 de febrero de 2008

Vi...




Abrí mi mochila del colegio, decidida a tirar todo, y lo primero que vi fue un ángel de yeso inmundo que me regaló mi ex novio y no tuve el coraje de tirar por vergüenza a lo que pueda pensar el portero.
Papeles sin importancia: cartas de amor y de cumpleaños, conversaciones mantenidas en clase con mi mejor amiga, anotaciones diversas, agendas rebosantes de stickers de Winnie The Pooh y letras de canciones de Drexler.
Un folio con la devolución de una orientación vocacional.
Hilos de colores; sobras del último collar que me hice en la playa, el que estrené la noche que conocí al cordobés que me apodó fresquita.
Bics azules, marcadores de todos los colores, gastados y no tanto, que nunca me tomé el trabajo de seleccionar y tirar.
Un CD con mi monografía de la Triple A que se apoya sobre un paraguas chiquito con la bandera gay, el mismo por el cual recorrí barrios enteros sin descanso para tenerlo sepultado descansando.
Muchísimos folletos de universidades y charlas informativas; restos de las tardes que perdí el año pasado tratando de encaminarme mientras en realidad me estaba perdiendo, me estaba desorientando en esa selva de carreras y alejándome cada vez más del punto de partida.
Revolví un poco más y me acordé lo que era tener el pelo cortito, dientes separados y ojos azules. Lo que era estar siempre sonriente y no pensar más que en dibujar, jugar al elástico y mirar el Chavo.
Pilas de figuritas de Hércules, Pokemon y lo que estuviera de moda esa semana. Late late, nola nola. ¿Me la cambiás?
El primer cuento que escribí, en el que un “ipopótamo trabieso” (verde e increíblemente parecido al de Pumper Nik), se hacía pis en la cama y se ganaba un reto de la mamá.
Vi a mi mamá, peinándome para ir al colegio, tirándome del pelo para hacerme una trenza con una hebilla roja que heredé y era mi orgullo. Vi el aerosol mata piojos que había inventado mi papá y sentí el olor agrio que te acompañaba en clase, en el recreo y hasta en el baño.
Mapas, gráficos y ejercicios de matemática eternos. Límites, asíntotas y logaritmos que colman y hasta invaden cuadernos llenos de apuntes del romanticismo y el naturalismo francés.
El olor a clavo de olor de la porcelana de mi mamá.
El mejor viaje de mi vida en ciento setenta y nueve folletos de museos y pases de subte. Tickets de creperías y una entrada al Louvre firmada por mis compañeros.
Papeles de pico dulce que fui amontonando en dos meses de noviazgo, tus manos toscas y un anillo que me regalaron que me infectó el dedo.
Mostacillas blancas, negras, amarillas, rojas, azules y verdes que usaba para hacer abejas y mariposas de alambre, que casi obligaba a mis familiares a comprar.
Un par de auriculares roto. Horquillas, gomitas, ganchos.
Un diario de viaje que, como es costumbre, no terminé.
Vi nueve sobres con plata que me daba mi abuela cada cumpleaños y una rosa seca.
Una tabla periódica gastada del uso y una calculadora dibujada con liquid paper.
Diplomas del secundario desparramados y fotocopias con ejercicios de inglés. For questions 1-8…
Vasos de más, agua en abundancia y largos en la pileta de natación. Mi gorra de baño, las antiparras y la profesora fluyendo.
Sonrisas y hoyuelos.
Estampillas, canicas de diferentes tamaños. La espera, el encuentro y la espera.
Un cuaderno con insultos a mi novio de los 13 años, y dudas existenciales acerca de la muerte.
Una manteca de cacao y labios paspados. Viento, frío y gorros de lana. Mis pies azules y la chimenea con la leña, las chispas bailando y mi papá escuchando Nana Mouskouri. Mi hermano y yo gritando, girando, bailando, igual que las chispas, al son de Xuxa y María Elena Walsh. Me dijeron que en el reino del revés nada el pájaro y vuela el pez.
Encontré mi primer par de anteojos enterrado entre cuadernos garabateados de incoherencias y diarios íntimos llenos de secretos y críticas.
La llave de un locker siempre vacío y el olor a la crema de manos de mi mamá impregnado en un pañuelo para el cuello.
Los apodos de mi papá y a mí colgada a su cuello como un monito.
Una caña de pescar sin estrenar comprada por capricho y celos.
Vacaciones arriba del auto, contar fititos y jugar al ni si, ni no, ni blanco, ni negro.
Coreografías de Chiquititas, peleas, partidos de volley y olimpíadas.
Exámenes, integradoras, parciales y pruebas sin previo estudio.
Al papá de un amigo al volante, cantándome el Twist del Mono Liso, enseñándome cada día un verso más.
Vi risas, fiestas y excesos. Vi noches divertidas y noches de helado y pañuelitos.
Vi mi desilusión, palpé mi tristeza, y me sentí renacer como el fénix.
Vi momentos kodak, vacaciones con amigas y besos en la playa.
Vi miedos y mentiras, inseguridades y chichones. Vi cicatrices y raspaduras y algún que otro pelo chamuscado.
Me vi.
Abrí mi mochila decidida a tirar todo y me di cuenta de que no podía tirar nada.

lunes, 4 de febrero de 2008

For once i just want to cry...


I wanna cry!
I wanna shout to the sky
Just once
Once in my life

I dont want you anymore
I dont want you flirting arround
I want to go out from your store
I´m falling down

My life is a mess
I dont want to stay
And you ask me for that dress
I don’t want you to lie

Not again
I´m tired of sufering
Im just walking

Walking away…

miércoles, 2 de enero de 2008

1

Le dio una pitada a su cigarrillo, lo tiró lejos y entró al colegio sin verificar si se había apagado o no.
De la manera en que lo veía, había dos tipos de fumadores: los neuróticos, obsesivos que fuman hasta que empiezan el filtro, que se lo terminan en 5 minutos y ya están prendiendo otro y los que fuman disfrutando, se toman su tiempo, lo apagan antes de terminarlo y se aseguran que no quede prendido.Estaba convencido de que si Laura fuera un cigarrillo, la fumaría toda.

Se miró una vez más al espejo y, resignada, agarró sus cosas y se fue. De una manera u otra, siempre algo parecía faltarle. Mucha nariz, poco busto, demasiada panza. Muy maquillada, muy simple.
Hoy había optado por lo simple, por lo menos rebuscado posible. No se sentía con ánimos de innovar, de dar vuelta cabezas, de deslumbrar bicicleteros y adolescentes alzados.
Martín le gustaba demasiado. Era como un chocolate apoyado sobre la mesa cuando estás a dieta: una tentación insana, una adicción de la que no saldría nada bueno.
¡Qué lástima que era una persona y no un chocolate! Si lo fuera, lo lamería hasta deshacerlo.