Elena y Malena eran gemelas. Habían nacido un 5 de noviembre, y eran tan pero tan idénticas que ni su propia madre lograba distinguirlas. Tenían la certera sospecha que sus nombres eran tan parecidos de manera a que si ésta se confundía- lo cual ocurría frecuentemente-, pudiera disimular y atribuir el error a la incipiente sordera genética con que ambas cargaban.
Ambas mellizas eran morochas, de cabellos rizados, figuras pulposas, un metro cincuenta de estatura, cejas prominentes y narices aguileñas. Ojos verdes color moho coronaban el todo, y treinta y dos dientes blancos como el arroz sobresalían cuando las hermanas, simétricas, sonreían.
Cuando decimos que eran idénticas, es porque además de no intentar diferenciarse, compartían absolutamente todo.
Elena y Malena no sólo acudían a todas las reuniones juntas, compartían el grupo de amigos, practicaban piano y danza en el mismo instituto, sino que además usaban los mismos vestidos y todas las mañanas trenzaban su largo cabello casi azulado con sumo cuidado, rociándolo con unas gotas de perfume de jazmín.
Quizá fuera debido a su agradable olor, su envidiable figura, o que no eran una delicia sino dos, pero el hecho es que toda la población masculina deliraba al verlas pasar, y ellas, conscientes de la fascinación que generaban, no hacían más que aguardar con impaciencia el momento de ir a comprar pan, o el anual baile de la primavera, para desplegar sus encantos cual un abanico y deslumbrar.
Malena, Elena, Elena, Malena. Eran un ser dividido en dos cromosomas, una imagen en espejo, una copia de llaves duplicada. Eran tan pero tan parecidas, que odiando a la otra se odiaban a sí misma.
Y así fue que un día Malena- ¿o fue Elena?- decidió asesinar a su doble y ocupar todo el banco para ella, recibir todas las miradas y los agasajos de los pretendientes, desplazar a la otra y dejar de ser dos para pasar a ser una. Habiéndolo planeado muy bien, se dirigió una noche a la cama de su hermana, al lado de la suya- pues ¿qué habría de esperarse? que cada una tuviera su cuarto?- y mientras la observaba dormir plácidamente, la apuñaló. No una sino ciento diecisiete veces, explotándola como si fuera una ampolla, vaciándola de todo contenido, exprimiéndola como a una naranja, más duro, más duro, más profundo, con más fuerza, con más ímpetu. Dale, que todavía queda sangre, dale que sigue respirando, dale que seguimos siendo dos, dale que todavía puede abrir los ojos y mirarme, mirarme aterrorizada, mirarme desangrándome, mirarme volcar mis sesos en su acolchado blanco, mirarme exhalar mi último suspiro, mirarme morir, mirarme mirar.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Cla, tengo dos palabras: me encantó. Es muy borgeano jaja (el doble, el espejo, y me parezco a Inés diciendo esto jajaja) y el asesinato, la muerte.
Es un muy buen cuento, y descubro a una Cla cuentista que tiene mucho talento para crear una ambigüedad que admiro y envidio =)
Felicitaciones, me deleitaste.
Seguí así, que vas por buen camino.
te quiere,
Pili.
wow
y aunque no sea original el comentario, no puedo leerlo sin pensar en las clases de ines jaja pero bueno...se ve q de ALGO sirven :)
me encanto el cuento esta muy bueno y el final de "mirarme mirar" es buenisimoo
un besotee
kari
Publicar un comentario