Reseña publicada por JORGE LUIS BORGES en la revista "El Hogar".
Una desatinada convención de origen francés ha resuelto que en Francia no se producen hombres de genio y que esa laboriosa república se limita a organizar y a pulir las materias espirituales que importa. Por ejemplo: una buena mitad de los poetas franceses de hoy proceden de Walt Whitman; por ejemplo: el surréalisme o "sobrerrealismo" francés es una mera reedición anacrónica del expresionismo alemán.
Esa convención, como puede advertir el lector, es dos veces denigrativa: acusa de barbarie a todos los países del mundo y de esterilidad a Francia. La obra de Jean Arthur Rimbaud es una de las múltiples pruebas -quizá la más brillante- de la plenaria falsedad de lo último.
Dos industriosos libros sobre Rimbaud han salido en París. Uno (el de Daniel-Rops) "estudia" a Rimbaud desde un punto de vista católico; el otro (el de los señores Gauclére y Etiemble), desde el fastidioso punto de vista del materialismo dialéctico. Inútil agregar que al primero le importa mucho más el catolicismo que la poesía de Rimbaud, y que a los últimos les interesa menos Rimbaud que el materialismo dialéctico.
"El dilema de Rimbaud –escribe el señor Daniel-Rops –no es susceptible de explicación estética." Lo cual, para el señor Daniel-Rops, quiere decir que es susceptible de una explicación religiosa. La ensaya: el resultado es interesante pero no decisivo, ya que Rimbaud no fue un visionario (a la manera de William Blake o de Swedenborg), sino un artista en busca de experiencias que no logró. He aquí sus palabras:
Procuré inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Creí adquirir poderes sobrenaturales… Ahora debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos. Una bella gloria de artista y de narrador me ha sido arrebatada. Me han devuelto a la tierra. ¡A mí! A mí, que me soñé mago o ángel…
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