Cómo entender lo inentendible?
Cómo explicar lo inexplicable?
Cómo entenderte a vos?
Cómo demostrarte lo indemostrable, aunque sea tan fácil y tan complicado?
Cómo hablar? Cómo callar?
Quién sabe?
Te encuentro y llueven palabras en tro idioma que ninguno entiende
llueven lentejuelas de colores que confunden todo
y sólo te veo en el reflejo de la pileta
porque no te puedo mirar fijo a los ojos.
Te tenés que ir, y te vas con las manos en los bolsillos
Bueno, chau
Nos vemos el fin de semana.
viernes, 26 de octubre de 2007
miércoles, 24 de octubre de 2007
...
Apareciste de a poco, escabulléndote entre los obstáculos que diseñé a propósito, saltando trampas y superando miedos; ganándole en la pulseada infinita a mis guardianes y tirando abajo mis murallas. Trajiste viento de mar y manos de leñador, y me regalaste sonrisas de chocolate y abrazos de mazapán.
Callado, te fuiste apropiando de mi cabeza, y lograste que no me diera cuenta de nada hasta que te encontré paseándote a tus anchas por los caminos de mi inconsciente en el convertible de la ilusión. Y eso que ni siquiera tenías registro, y menos que menos cédula azul.
Me invadiste con tus ejércitos, conquistaste mis países y te adueñaste de mi mapamundi.
¿Y qué querés que te diga si te proclamaste dueño legítimo de mis propiedades, y ganador imbatible del TEG?
Disfrutáme.
Callado, te fuiste apropiando de mi cabeza, y lograste que no me diera cuenta de nada hasta que te encontré paseándote a tus anchas por los caminos de mi inconsciente en el convertible de la ilusión. Y eso que ni siquiera tenías registro, y menos que menos cédula azul.
Me invadiste con tus ejércitos, conquistaste mis países y te adueñaste de mi mapamundi.
¿Y qué querés que te diga si te proclamaste dueño legítimo de mis propiedades, y ganador imbatible del TEG?
Disfrutáme.
martes, 23 de octubre de 2007
12
Viéndolo pasar.
Solo miraba.
Feliz y confusa.
De repente, desapareció.
Miró el reloj,
eran las 12 del medio día.
Le dio hambre.
Abrió la canasta
y sacó una naranja.
Solo miraba.
Feliz y confusa.
De repente, desapareció.
Miró el reloj,
eran las 12 del medio día.
Le dio hambre.
Abrió la canasta
y sacó una naranja.
desaparecer
Caminando sobre la luz
avanzo
hasta llegar a la última gota de agua
donde llueven miradas
ciegas
donde gritan voces
tímidas
donde te encuentro frente a mí
transparente,
translúcido
borroso.
Los espejos me invitan a volar
y me voy
al vacío
a desaparecer.
avanzo
hasta llegar a la última gota de agua
donde llueven miradas
ciegas
donde gritan voces
tímidas
donde te encuentro frente a mí
transparente,
translúcido
borroso.
Los espejos me invitan a volar
y me voy
al vacío
a desaparecer.
?¿
Alfombraron Libertador y yo salgo del concierto caminando sin zapatillas sobre el suelo rojo.
Y si se va con otro? Qué haces?
Rojo! Paro. Amarillo! Pongo primera. Verde! Sigo caminando.
Sigo caminando y vinen un auto destartalado de contramano que ensucia la alfombra con aceite. Lo sigue la policía, que también viene de contramano y manejando mal...y desaparecen en el punto de fuga.
Subo la escalera; bajo la escalera y llego al río a tomar mate con azúcar.
Y me quemé la lengua.
Camino dos cuadras, me ladra un perro, insultás, y llegamos a mi casa. Cierro la puerta, te dejé en la calle y me fui a dormir.
Y si se va con otro? Qué haces?
Rojo! Paro. Amarillo! Pongo primera. Verde! Sigo caminando.
Sigo caminando y vinen un auto destartalado de contramano que ensucia la alfombra con aceite. Lo sigue la policía, que también viene de contramano y manejando mal...y desaparecen en el punto de fuga.
Subo la escalera; bajo la escalera y llego al río a tomar mate con azúcar.
Y me quemé la lengua.
Camino dos cuadras, me ladra un perro, insultás, y llegamos a mi casa. Cierro la puerta, te dejé en la calle y me fui a dormir.
ON/OFF
¿ON/OFF?
ON!
Y las luciérnagas se encendieron
y los paraguas volaron.
La lágrima se hamacaba en la escalera
cuando llegó José y la pisó.
AUCH! gritó, pero nadie escuchó.
OFF!
Se apagó la luz y se vio todo azul.
¿Y ahora qué hacemos?
Uh! perdimos el interruptor!
Hola, qué tal?
No! te pedí un jugo...te equivocaste...
como yo, sí
Se prendieron los micrófonos y habla de él en tercera persona sin reconocer nada, como ven.
Encontré el interruptor! gritó alguien.
ON
Te vi sangrar,
Te vi llorar,
Igual mee odiás.
OFF
OFF definitivo.
ON!
Y las luciérnagas se encendieron
y los paraguas volaron.
La lágrima se hamacaba en la escalera
cuando llegó José y la pisó.
AUCH! gritó, pero nadie escuchó.
OFF!
Se apagó la luz y se vio todo azul.
¿Y ahora qué hacemos?
Uh! perdimos el interruptor!
Hola, qué tal?
No! te pedí un jugo...te equivocaste...
como yo, sí
Se prendieron los micrófonos y habla de él en tercera persona sin reconocer nada, como ven.
Encontré el interruptor! gritó alguien.
ON
Te vi sangrar,
Te vi llorar,
Igual mee odiás.
OFF
OFF definitivo.
lunes, 15 de octubre de 2007
Una poesía
Este poema lo escribí ayer. No tiene título.
dos palabras
.... .... .... ....
dos palabras
.... .... .... ....
jueves, 11 de octubre de 2007
Recuerdos perdidos de una mente prófuga
Cuando él murió
Fue decirle adiós a mi mundo
Fue madurar en un segundo
Fue recordar la última vez que me miró
Creer comenzar una vida de pena
Y de apoco dejarlo ir
Para poder reducir la condena
Querer dejar de existir
Olvidar lo lindo que era vivir
Llegar a pensar
En lo que nunca creí desear
Rogar a dios que me deje morir
El hoy vive
En mi pensamiento
Es por eso que miento
Porque ya busqué y nada encontré.
Poco a poco me enterré…
Fue decirle adiós a mi mundo
Fue madurar en un segundo
Fue recordar la última vez que me miró
Creer comenzar una vida de pena
Y de apoco dejarlo ir
Para poder reducir la condena
Querer dejar de existir
Olvidar lo lindo que era vivir
Llegar a pensar
En lo que nunca creí desear
Rogar a dios que me deje morir
El hoy vive
En mi pensamiento
Es por eso que miento
Porque ya busqué y nada encontré.
Poco a poco me enterré…
Mortalidad
Ahí te veo llorando contra el papel
Desde arriba, sonde deseo que todo sea sereno
Y con una gota de sangre escribo en tu hoja
Aunque tú no lo puedas ver…
Mientras un vago y remoto as de luz ilumina una palabra,
La habitación se destroza,
Dejándote al descubierto
Mientras lanzas el grito desgarrado que envenena mi alma.
Y los violines enloquecen mientras tu voz se agrava
El espacio desaparece cuando el tiempo se suicida
Es entonces cuando esa cabeza se puebla de imágenes
Cuando tan solo es una gota sangre brotando del olvido
Tan pronto esta nueva realidad se entumece,
La sal de una lagrima toca mi sangre
Y dos ojos penetrantes despiertan,
Negros, tan negros como la habitación,
Esa que nuevamente dejó de tener luz, esa que nuevamente volvió a ser, esa que encierra tus lágrimas, esa que te oculta y encierra.
Desde arriba, sonde deseo que todo sea sereno
Y con una gota de sangre escribo en tu hoja
Aunque tú no lo puedas ver…
Mientras un vago y remoto as de luz ilumina una palabra,
La habitación se destroza,
Dejándote al descubierto
Mientras lanzas el grito desgarrado que envenena mi alma.
Y los violines enloquecen mientras tu voz se agrava
El espacio desaparece cuando el tiempo se suicida
Es entonces cuando esa cabeza se puebla de imágenes
Cuando tan solo es una gota sangre brotando del olvido
Tan pronto esta nueva realidad se entumece,
La sal de una lagrima toca mi sangre
Y dos ojos penetrantes despiertan,
Negros, tan negros como la habitación,
Esa que nuevamente dejó de tener luz, esa que nuevamente volvió a ser, esa que encierra tus lágrimas, esa que te oculta y encierra.
Gracias...
Not all it’s OK today
I smile
And I don’t know why
You are not here, so I may...
What should I do?
I can’t live with you
And now I read a friend’s letter
And all about you doesn’t matter.
I have been preying on my knees
Please, please, please
Don’t leave me
Don’t hurt me.
I thought of you like the love of my life
And today I see you like the laconic
Who’s telling me that I’m going to die
And I find this a little bit ironic.
When the love of two persons becomes on death in a glass of gin and tonic.
I smile
And I don’t know why
You are not here, so I may...
What should I do?
I can’t live with you
And now I read a friend’s letter
And all about you doesn’t matter.
I have been preying on my knees
Please, please, please
Don’t leave me
Don’t hurt me.
I thought of you like the love of my life
And today I see you like the laconic
Who’s telling me that I’m going to die
And I find this a little bit ironic.
When the love of two persons becomes on death in a glass of gin and tonic.
martes, 9 de octubre de 2007
La oscuridad
El primero de estos dos cuentos que reuní bajo el título -o manto de- La oscuridad, lo leí una tarde en el colegio. Laura seguro, y creo que Pilar también, me pidieron que lo pasara ya que aquella vez lo leyó preciosamente, pero algo entrecortado, la hermana menor de la señorita Kauer. Aprovecho para agregar el segundo texto y para decirles que me pone muy contento que hayan armado un blog.
La Oscuridad
Los primeros animales
Falta su nombre, pudo ser Ralph, el valiente, o el bravo Antonio. Hijo de pescador. Uno, al verlo, imagina un jugador reservado, aunque en la única filmación que lo conserva, apenas saluda con el brazo, mientras un locutor explica a la audiencia qué es una escafandra o un periscopio y el motivo de la empresa.
Si bien las pocas precisiones necesarias serán en general vagas, el hecho sucede en los últimos años de la década del treinta. Es conveniente recordar dos cosas. Primero, que no había televisión y que la radio encendida –puede que a muchos la aclaración les sobre– como alguna vez las brasas, distinguía cada tarde, el trabajo del ocio. Segundo, sobre la profundidad del mar sabían los militares, y poco; la gente (exceptuando oceanógrafos y biólogos marinos, científicos del mar y pescadores), sabía menos todavía. En el fondo, unas pocas ballenas y serpientes medievales empezaban a confundirse con Verne. También es importante aclarar que Ralph, o Antonio, no era Jacques Cousteau.
Ralph era simple y norteamericano. No muy alto, espalda de cargador, bastantes canas y todo el pelo rapado como soldado o como un chico. Tendría 43 años. Saludaba desde la borda de una lancha remolque. Parecía contento. El brillo de la sonrisa ocultaba a medias el temor a morir de asfixia o que el megalodón fuera cierto. Sir Christopher Balldack, en sus crónicas de 1893, aseguraba haber visto un inmenso tiburón, capaz de destrozar un velero con un mordisco. Pero eso lo aprendí en otra película y el resto de la tripulación estaba demasiado ocupada trabajando como para pensar en estas cosas.
Ralph revisó las cadenas y la polea. Nadie aprobó la inmersión verificando una planilla; el visto bueno llegó con un par de palmadas sobre el gruesísimo metal de esa esfera que habían construido. Después de abrazar a cada uno de sus hombres, Ralph ingresó al submarino. Desde el interior saludó a la audiencia. Una grúa lo alzó, giró a la derecha y empezó el descenso. La aventura sucedió a través de un ojo de buey de vidrio verde.
Durante los primeros metros anotició mínimas apariciones animales. Después los reinos conocidos no merecieron un comentario memorable, y la oscuridad clausuró su imaginación. Los oyentes, sordos por el fuerte sonido de la respiración, eran incapaces de descifrar las palabras que Ralph repetía, meras murmuraciones sobre lo oscuro. Así, miles de personas se fueron adormeciendo con la lentitud con que se desarrollaba la conquista. El locutor empezó a llenar baches y Ralph apenas podía seguirlo ¿le faltaba aire y no podía pensar? Aparecieron los peces iridiscentes.
Prácticamente despertó. La nebulosa blanca, ambigua como las manchas que nacen al presionarnos los ojos con los dedos, viajaba a una velocidad tan imprecisa como su forma y sustancia. Con palabras claras aseguró divisar algo. Los que dormían en sus casas, con la cara hundida entre los brazos, sobre la mesa, levantaron la cabeza. Las señoras volvieron a sentarse y la esfera atravesó el cardumen de peces brillantes. Ralph gritaba.
A algunas de estas señoras les faltó el aire y sus maridos intentaron calmarlas. Los niños, como siempre, burlaron la seriedad de sus padres dando un salto y echándose a correr, de la silla al piso, en carrera hasta la puerta; en los pasillos gritaban, repetían la noticia para no olvidarla antes de llegar a la calle, sin notarlo inventaban un canto. ¡Estrellas! ¡Estrellas! ¡Estrellas!
Una piedra cayendo en un estanque sería una imagen acertada. Róbinson agarra a Peluca de las orejas y lo obliga a mojar en la sopa la punta de la nariz. La única onda espesa que se expande podría ser todo el sonido, como también el vuelo de las moscas o la respiración y la tos, sobre un fondo de viento que no choca con nada. Róbinson mira a los demás, por turno, son seis, ninguno reacciona. “Muy bien”, dice, y asiente con la cabeza. Después asiente a las cosas que lo rodean, –exceptuando el arma sobre la mesa, que evita enfáticamente–, se rasca el mentón y sus pasos se dirigen hacia los objetos que llamaron su atención. Pero en el galpón no hay mucho que ver, hay una linterna a kerosene de dudoso funcionamiento, una carretilla y unas cuantas palas sin filo y otros tantos picos. Camina asintiendo, recorre el galpón como si no hubiese tomado el recaudo de imaginarlo en sus detalles esenciales –la cantidad de cuartos, las puertas, las salidas. Peluca agarra la cuchara, pero entonces Róbinson vuelve a agarrarlo de las orejas para volver a hundirle la cara en el plato.
Esta vez la sopa desborda. Sólo un chico de 14 años, el más inexperto, busca el cuchillo. Los otros seis aprendieron a no reaccionar la vez anterior, a esperar callados. Peluca intenta decir algo pero sus palabras se deforman cuando estallan las burbujas. Róbinson sigue en silencio, los otros escuchan a su jefe como el motor de una lancha. Después Róbinson pregunta si a alguno le queda alguna duda. Peluca recuesta la cara de lado para poder respirar, la sopa le llega al tímpano. Róbinson vuelve a preguntar, lo suelta y repite la información básica: $20.000, el jueves.
“Robinson Rodríguez se va caminando”, dice después, sin tener ninguna razón para hacerlo más que la ocurrencia oportuna de revelar sus pasos. “¿Alguien quiere alcanzarme?”. “Buenas noches.”
Al salir, la negrura lo sorprende, adentro no sintió caer la noche. La estación no se ve. La ruta tampoco se ve, no se distingue del cielo. Camina hacia el farol, la vista empieza a calmarse gracias a las percepciones de sus pies. Un camino de tierra con piedras, pasto alto, incluso con la vista recuperada por alguna razón siente más seguro confiar en sus pisadas. El farol deja de ser un círculo amarillo, distingue el poste que lo sostiene, surge la silueta de la estación. “¿Cómo vuelvo?”, la pregunta parece escrita en la oscuridad. Las referencias –caminar hacia el molino sin desviarse– parecen perdidas. La ruta es la opción más peligrosa. Se oye hablar, pero el mero hecho de ordenar sus pensamientos en oraciones le parece una actitud cobarde, sabe de sobra lo que tiene que hacer. Tiene que ubicar el molino. Cruzar por el campo.
Ahora, bajo el circulo blanco del farol, descubre una rata muerta, aplastada. Casi la pisa, pega un salto y suelta un grito, cae con los pies bizcos y las piernas blandas. Mira hacia el galpón. No lo vieron. Todavía no hablan. Está bajo circulo blanco. La luz del farol lo ciega y es todo blanco o todo negro. Recuerda una ronda, no se habla, no se dice lo que tiene que hacer, pero ahora sus palabras son lo único que ve con alguna claridad. Cinco amigos rodean a Wenceslao, un niño frágil. Róbinson también se burla. Le dicen pajarito porque tiene la voz finita. Pero Róbinson mientras le grita no piensa en la voz de Wenceslao sino en sus piernas, tan flacas como las suyas. Por eso se mantiene afuera de la roda y la circunda sin que lo vean. Grita hasta perder la voz, abraza a sus compañeros para reír a carcajadas con ellos. Róbinson oye esas risas, por eso mira el galpón asustado. Llegan algunas voces, se abre la puerta. Róbinson decide no moverse del circulo blanco. El chico sube a su bicicleta sin tomar ningún recaudo. Agarra la ruta. Como antes sucedió con la rata, a último momento una maniobra evita que atropelle a Róbinson Rodríguez. “Disculpe”, alcanza a decir, inmediatamente lo traga la oscuridad; Róbinson guarda el arma. Resopla, y aunque no puede verse reflejado, siente que el cuero de la cara forma una sonrisa que se dirige hacia adentro. En oraciones ordenadas se confiesa el sentido del recuerdo. Parece una voz en lo blanco, escrito sobre la noche. Es un cobarde. En cuanto a lo demás, es imposible saber si eso es algo, un dragón o el molino.
Si bien las pocas precisiones necesarias serán en general vagas, el hecho sucede en los últimos años de la década del treinta. Es conveniente recordar dos cosas. Primero, que no había televisión y que la radio encendida –puede que a muchos la aclaración les sobre– como alguna vez las brasas, distinguía cada tarde, el trabajo del ocio. Segundo, sobre la profundidad del mar sabían los militares, y poco; la gente (exceptuando oceanógrafos y biólogos marinos, científicos del mar y pescadores), sabía menos todavía. En el fondo, unas pocas ballenas y serpientes medievales empezaban a confundirse con Verne. También es importante aclarar que Ralph, o Antonio, no era Jacques Cousteau.
Ralph era simple y norteamericano. No muy alto, espalda de cargador, bastantes canas y todo el pelo rapado como soldado o como un chico. Tendría 43 años. Saludaba desde la borda de una lancha remolque. Parecía contento. El brillo de la sonrisa ocultaba a medias el temor a morir de asfixia o que el megalodón fuera cierto. Sir Christopher Balldack, en sus crónicas de 1893, aseguraba haber visto un inmenso tiburón, capaz de destrozar un velero con un mordisco. Pero eso lo aprendí en otra película y el resto de la tripulación estaba demasiado ocupada trabajando como para pensar en estas cosas.
Ralph revisó las cadenas y la polea. Nadie aprobó la inmersión verificando una planilla; el visto bueno llegó con un par de palmadas sobre el gruesísimo metal de esa esfera que habían construido. Después de abrazar a cada uno de sus hombres, Ralph ingresó al submarino. Desde el interior saludó a la audiencia. Una grúa lo alzó, giró a la derecha y empezó el descenso. La aventura sucedió a través de un ojo de buey de vidrio verde.
Durante los primeros metros anotició mínimas apariciones animales. Después los reinos conocidos no merecieron un comentario memorable, y la oscuridad clausuró su imaginación. Los oyentes, sordos por el fuerte sonido de la respiración, eran incapaces de descifrar las palabras que Ralph repetía, meras murmuraciones sobre lo oscuro. Así, miles de personas se fueron adormeciendo con la lentitud con que se desarrollaba la conquista. El locutor empezó a llenar baches y Ralph apenas podía seguirlo ¿le faltaba aire y no podía pensar? Aparecieron los peces iridiscentes.
Prácticamente despertó. La nebulosa blanca, ambigua como las manchas que nacen al presionarnos los ojos con los dedos, viajaba a una velocidad tan imprecisa como su forma y sustancia. Con palabras claras aseguró divisar algo. Los que dormían en sus casas, con la cara hundida entre los brazos, sobre la mesa, levantaron la cabeza. Las señoras volvieron a sentarse y la esfera atravesó el cardumen de peces brillantes. Ralph gritaba.
A algunas de estas señoras les faltó el aire y sus maridos intentaron calmarlas. Los niños, como siempre, burlaron la seriedad de sus padres dando un salto y echándose a correr, de la silla al piso, en carrera hasta la puerta; en los pasillos gritaban, repetían la noticia para no olvidarla antes de llegar a la calle, sin notarlo inventaban un canto. ¡Estrellas! ¡Estrellas! ¡Estrellas!
Róbinson Rodríguez
Una piedra cayendo en un estanque sería una imagen acertada. Róbinson agarra a Peluca de las orejas y lo obliga a mojar en la sopa la punta de la nariz. La única onda espesa que se expande podría ser todo el sonido, como también el vuelo de las moscas o la respiración y la tos, sobre un fondo de viento que no choca con nada. Róbinson mira a los demás, por turno, son seis, ninguno reacciona. “Muy bien”, dice, y asiente con la cabeza. Después asiente a las cosas que lo rodean, –exceptuando el arma sobre la mesa, que evita enfáticamente–, se rasca el mentón y sus pasos se dirigen hacia los objetos que llamaron su atención. Pero en el galpón no hay mucho que ver, hay una linterna a kerosene de dudoso funcionamiento, una carretilla y unas cuantas palas sin filo y otros tantos picos. Camina asintiendo, recorre el galpón como si no hubiese tomado el recaudo de imaginarlo en sus detalles esenciales –la cantidad de cuartos, las puertas, las salidas. Peluca agarra la cuchara, pero entonces Róbinson vuelve a agarrarlo de las orejas para volver a hundirle la cara en el plato.
Esta vez la sopa desborda. Sólo un chico de 14 años, el más inexperto, busca el cuchillo. Los otros seis aprendieron a no reaccionar la vez anterior, a esperar callados. Peluca intenta decir algo pero sus palabras se deforman cuando estallan las burbujas. Róbinson sigue en silencio, los otros escuchan a su jefe como el motor de una lancha. Después Róbinson pregunta si a alguno le queda alguna duda. Peluca recuesta la cara de lado para poder respirar, la sopa le llega al tímpano. Róbinson vuelve a preguntar, lo suelta y repite la información básica: $20.000, el jueves.
“Robinson Rodríguez se va caminando”, dice después, sin tener ninguna razón para hacerlo más que la ocurrencia oportuna de revelar sus pasos. “¿Alguien quiere alcanzarme?”. “Buenas noches.”
Al salir, la negrura lo sorprende, adentro no sintió caer la noche. La estación no se ve. La ruta tampoco se ve, no se distingue del cielo. Camina hacia el farol, la vista empieza a calmarse gracias a las percepciones de sus pies. Un camino de tierra con piedras, pasto alto, incluso con la vista recuperada por alguna razón siente más seguro confiar en sus pisadas. El farol deja de ser un círculo amarillo, distingue el poste que lo sostiene, surge la silueta de la estación. “¿Cómo vuelvo?”, la pregunta parece escrita en la oscuridad. Las referencias –caminar hacia el molino sin desviarse– parecen perdidas. La ruta es la opción más peligrosa. Se oye hablar, pero el mero hecho de ordenar sus pensamientos en oraciones le parece una actitud cobarde, sabe de sobra lo que tiene que hacer. Tiene que ubicar el molino. Cruzar por el campo.
Ahora, bajo el circulo blanco del farol, descubre una rata muerta, aplastada. Casi la pisa, pega un salto y suelta un grito, cae con los pies bizcos y las piernas blandas. Mira hacia el galpón. No lo vieron. Todavía no hablan. Está bajo circulo blanco. La luz del farol lo ciega y es todo blanco o todo negro. Recuerda una ronda, no se habla, no se dice lo que tiene que hacer, pero ahora sus palabras son lo único que ve con alguna claridad. Cinco amigos rodean a Wenceslao, un niño frágil. Róbinson también se burla. Le dicen pajarito porque tiene la voz finita. Pero Róbinson mientras le grita no piensa en la voz de Wenceslao sino en sus piernas, tan flacas como las suyas. Por eso se mantiene afuera de la roda y la circunda sin que lo vean. Grita hasta perder la voz, abraza a sus compañeros para reír a carcajadas con ellos. Róbinson oye esas risas, por eso mira el galpón asustado. Llegan algunas voces, se abre la puerta. Róbinson decide no moverse del circulo blanco. El chico sube a su bicicleta sin tomar ningún recaudo. Agarra la ruta. Como antes sucedió con la rata, a último momento una maniobra evita que atropelle a Róbinson Rodríguez. “Disculpe”, alcanza a decir, inmediatamente lo traga la oscuridad; Róbinson guarda el arma. Resopla, y aunque no puede verse reflejado, siente que el cuero de la cara forma una sonrisa que se dirige hacia adentro. En oraciones ordenadas se confiesa el sentido del recuerdo. Parece una voz en lo blanco, escrito sobre la noche. Es un cobarde. En cuanto a lo demás, es imposible saber si eso es algo, un dragón o el molino.
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viernes, 5 de octubre de 2007
Pandora
Y mientras tu llanto de lágrimas negras opaca a pandora, tu mirada penetrante entristece a la parca, mientras que el mundo se parte en dos al liberar tu alma.
Y mi sueño se arrastra por el piso rogando piedad cuando el acido cae del cielo y quema el campo de rosas, dejando tan solo la mata de espinas que te encierran y nos protegen.
Pero un gato te acaricia y la luz se libera.
Alan Gabtiel Bolatti
Y mi sueño se arrastra por el piso rogando piedad cuando el acido cae del cielo y quema el campo de rosas, dejando tan solo la mata de espinas que te encierran y nos protegen.
Pero un gato te acaricia y la luz se libera.
Alan Gabtiel Bolatti
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